El buen turista que durante las vacaciones visita las ciudades de arte, los museos o las iglesias no debe hacerlo tan solo por «enriquecimiento cultural», sino con la esperanza de encontrar «un momento de gracia», la ocasión para «fortalecer» su vínculo con Dios, gracias al poder del arte y de la belleza.
Durante la última audiencia general de agosto, el papa Benedicto XVI volvió sobre un tema para él muy entrañable: el del «via pulchritudinis», del camino de la belleza como camino hacia el infinito y la verdad, un camino que «el hombre de hoy debería recuperar en su significado más profundo».
Una catedral gótica, una iglesia románica, la música de Bach o los cuadros de Marc Chagall son algunos de los ejemplos citados por el Papa de obras de arte que «nos impulsan a dirigir el pensamiento hacia Dios y hacen crecer en nosotros el deseo de alcanzar la fuente de toda belleza».
«Muchas veces —dijo el papa Ratzinger a los casi 3000 fieles reunidos en la plaza de la Libertad en Castel Gandolfo— recordé, en este período, la necesidad que tiene cada cristiano de encontrar tiempo para Dios, para la oración, en medio de las tantas ocupaciones de nuestros días.»
A pesar del ritmo frenético de la vida de hoy, «el Señor mismo nos ofrece muchas ocasiones para que nos acordemos de Él», y la belleza y el arte están entre estas.
«Quizás —continuó el Pontífice— os ha pasado alguna vez frente a una escultura, un cuadro, algunos versos de una poesía, o una pieza musical, de sentir en vuestro interior una íntima emoción, una sensación de alegría, de percibir claramente que frente a vosotros no había solamente materia, un pedazo de mármol o de bronce, un lienzo pintado, un conjunto de letras o un cúmulo de sonidos, sino algo más grande, algo que “habla”, capaz de tocar el corazón, de comunicar un mensaje, de elevar el ánimo».
El papa Ratzinger recordó también un episodio de su propia vida: «Me viene ahora a la memoria —fueron sus palabras— un concierto de piezas de Johan Sebastian Bach, en Múnich, dirigido por Leonard Bernstein. Al terminar la última pieza, una de las cantatas, sentí, no por razonamiento, sino en la profundidad del corazón, que lo que había oído me había transmitido algo de la verdad, de la fe del insigne compositor, y que me llevaba a alabar y agradecer al Señor». «Al sentir esto, se sabe que es verdadero —agregó—, es verdadera la fe que se siente con esa intensidad, le fe que expresa de ese modo irresistible la fuerza de la verdad de Dios.»
Las obras de arte hacen «visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que ve» y son «una puerta abierta hacia el infinito, hacia una belleza y una verdad que trascienden lo cotidiano».
«Sigue siendo profundamente verdadero —recordó el Papa— lo escrito por un gran artista, Marc Chagall, que los pintores durante siglos mojaron sus pinceles en ese colorido alfabeto que es la Biblia».
La invitación del Pontífice es a redescubrir la riqueza del «via pulchritudinis». «Las ciudades y los países de todo el mundo encierran tesoros artísticos que expresan la fe y nos llaman a relacionarnos con Dios.»
«La visita de los lugares de arte —concluyó—, entonces no debe ser solo ocasión de enriquecimiento cultural, sino que también debe poder, sobre todo, convertirse en momento de gracia, de estímulo para fortalecer nuestro vínculo y nuestro diálogo con el Señor.»